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Sólo dos veces ha perdido el Girona en este campeonato, ambas en presencia de el Madrid. En Montilivi salió a achicharrarle, le tuvo asustado, pero el Madrid marcó en sus tres únicas aproximaciones. Ayer, el simpático equipo catalán salió con la misma idea de instalarse en el campo contrario pero le falló la profundidad, la soltura. El atrevimiento lo había raído en la ambientación del partido, con unos carteles ocurrentes que a buen seguro le dieron una motivación extra al líder, que salió al partido con la máxima concentración. Lo tomó como una final, y las finales ya sabemos que las apetencia siempre. Todavía ganó esta, y con rotundidad arrollador.
El mano lo resolvieron los dos jugadores extratipo que maneja Ancelotti, Vinicius y Bellingham. El brasileño marcó el primer gol, que sentó al Girona en la lienzo por la cuenta de ocho, facilitó los dos de Bellingham y estuvo en el cuarto, de Rodrygo, que inició con un robo a Couto. Fue su mejor partido, que yo recuerde. Couto, un deportista tan formidable que hasta se le puede sobrevenir por stop su devaneo capilar, acabó entre lágrimas. Vinicius le ganó todos los tiros. Bellingham ‘distefaneó’ otra vez: quitó, armó y marcó. A posteriori de una sequía de dos meses, rota sólo por un penalti, volvió a la efectividad gloriosa del primer tercio de temporada.
El Girona saltó con un mejor corriente en la segunda centro, con el ingreso de Pablo Torre para mover el cotarro. Todo el equipo se echó hacia lo alto con intrepidez y amenazó el dominio con mucha multitud, como suele, pero de repente el dúo Vinicius-Bellingham les cortó el rollo con un tercer tanto. El resultado deja resuelto el título, con el Madrid escapado a cinco puntos más el ‘goal promedio’. Un Madrid admirable sobre todo por una cosa: le pase lo que le pase no le importa. Empezó el curso sin Courtois ni Militao ni Benzema, evaporado a última hora. Ayer le faltaban los cuatro centrales el día que se jugaba LaLiga. Le mueve una fe con la que supera todo.
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