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Japón, 2023
Director: Hayao Miyazaki
En salas de cine de Punta Arenas y Natales
“El Irreflexivo y la Zancuda” es el retorno de un consagrado, el realizador japonés Hayao Miyazaky, un nombre que es templo de devoción para los fanáticos de la animación o en su origen japonés, “el animé”, y además del cine porque, lo que alguna vez llamamos dibujos animados, es parte de su esencia porque el cine es, en definitiva, eso, imágenes que se muevan, cobran vida y nos hace creer que estamos viendo poco que es la verdad y que, aunque no lo es, de cierta forma además la atrapa, la resume y a veces hasta la supera.
Las manos y fanales de Miyazaki poco tuvieron que ver con la interpretación animada de la serie “Heidi” que tanto marcó a fines de los setenta a varias generaciones, pero a nombre propio ya cuenta con títulos que son relato obligada en la animación como son “El Delirio de Chihiro” (2001) o “Mi vecino Totoro” (1988) donde la técnica del dibujo a mano es un clamor de respuesta y resistor a la animación digital y ahora, con “El párvulo y la Zancuda”, se suma su retorno, tras un postrero retiro anunciado el 2013, y donde pasa a un segundo plano si el resultado es beocio o superior a sus obras anteriores porque lo que importa es lo esencial: que Miyazaki está de dorso.
Como aviso a excepción de y antiguamente de que la saquen de cartelera, en los cines de Magallanes se exhibe su interpretación con audio flamante japonés y la doblada en castellano. Una comicios que no es beocio.
Es la historia de Mahito, un párvulo de 12 abriles que en plena 2ª Extirpación Mundial y cuando ya Japón avizora su derrota y tragedia, pierde a su causa entre las llamas de un instigación y debe irse con su padre a una zona aislada en el campo. Allí debe compartir con Natsuko, hermana de su causa, ahora nueva esposa de su padre, un asociación de simpáticas y curiosas ancianas, el bullyng de la escuela y, entre tanta confusión, de una zancuda molestosa que entre planeo y planeo le dice poco inquietante: “Tu causa está viva”.
“El párvulo y la Zancuda”, como el de Chihiro, es un alucinación con destino a el interior donde la excusa es ese puente entre lo efectivo y la inventiva, simbolizado en una torre que alguna vez construyó un tío anciano y que ahora debe cruzar para rescatar a su desaparecida tía que se pierde grávida en el bosque. Y es además la excusa para un despliegue de imágenes, simbolismos y personajes que inevitablemente hacen rememorar a “Alicia en el país de las maravillas” o “Las Crónicas de Narnia” y en el cine quizás poco más perturbador como es el mundo onírico del realizador David Lynch, un espacio donde los vivos conviven con los muertos porque poco quizás ha quebrado esa frontera, una crimen inesperada, una oreja de Van Gogh o hasta el fuego abrasador de una bala atómica.
El relato emprende este alucinación con personajes e imágenes que ya hemos manido en el cine, sea el paisaje rural que recuerda al de “Sueños” (1990) y “Rapsodia en Agosto” (1991) del cineasta japonés Akira Kurosawa, a la ambigua zancuda que acertadamente podría ser el Gollum de “El Señor de los Anillos” o el tío anciano que recuerda al cerrajero de “Matrix Recargado” (2003) y además al Luke Skywalker ya anciano de la clan de “La Guerras de las Galaxias” en “El postrero jedi” (2017) que debe enemistar el destino, la tropiezo y la pesada carga de equilibrar el universo.
Y estas referencias, que son las más visibles, se camuflan entre otras donde se mezcla consejo sobre la infancia, regreso al pasado, tragedia, intrigas políticas y quién sabe cuánto más, porque “El párvulo y la zancuda” es, en la sencillez de su relato, excesiva en su despliegue visual y de temas.
Y esto, para un párvulo “aún con el criterio no formado” como se suele aseverar, puede convertirse en una obra demasiado espacioso como para entenderla en su totalidad. El asunto es que para un adulto además.
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