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La anuncio era un secreto a voces que todos deseábamos que se oficializara con presteza, pero en ningún caso hay que entenderla como la meta, sino como una tranco más en un camino que llegó a ser muy umbroso. El Barça ha anunciado el fichaje de Ricky Rubio. Otro paso importante. Como lo fue el día que comunicó su adiós a la NBA, pero sin cerrar las puertas a Europa: el 4 de enero. O como lo fue la semana pasada, cuando regresó a los entrenamientos con el Barcelona, medio año posteriormente de su frenazo por un problema de sanidad mental. El anuncio de este martes es otro avance sobresaliente adentro del mismo repaso, aunque no deja de ser solo una plazo en el calendario, acuciado por otra plazo que obligaba a precipitar la intrepidez: el cierre del mercado en la Euroliga. Más relevante que la anuncio en sí es la sonrisa con la que volvió a coger un balón de baloncesto. Esa es la gasolina que moverá su regreso.
El comunicado azulgrana es claro al respecto. Extraigo un par de frases: “Este acuerdo está supeditado a la proceso del saco” y “el regreso a la competición oficial llegará cuando el propio deportista lo considere oportuno”. Ni el FC Barcelona, ni la Tratado Española, ni los medios de comunicación, ni los aficionados van a presionarle para su reaparición. La prioridad sigue siendo su sanidad. Y los problemas mentales deben cumplir sus plazos igual que ocurre con cualquier otra laceración física. Hay que normalizarlo así. Otra cosa diferente es que todos sueñen, y todos soñemos, con un Ricky sonriente que vuelva a sublevar títulos con el Barça, como lo hizo en su previo etapa, cuando Roger Grimau, hoy su entrenador, era el capitán del equipo y alzó la Euroliga de 2010, la Agrupación de 2011 y las Copas de esos dos abriles. O con su retorno a la Selección para liderar a España en el Preolímpico y los Juegos de París 2024. Soñar es arbitrario. Y el sueño de Ricky Rubio está un paso más cerca.
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