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De una semana a esta parte, Isabel Díaz Ayuso ha tenido que departir de F1 casi tanto como Lobato. La cita a la redacción de AS tenía como leitmotiv el derbi del Bernabéu, pero fueron los coches, las curvas y los peraltes los que animaron la charla. Es deporte, de primer nivel en este caso, pero la política se las arregla para mimetizarse en cualquier selva. Donde unos ven ventajas, otros auguran problemas, así que se agradecen frases tan naturales como esta: “No conozco ciudad del mundo a la que se le ofrezca la F1 y, pudiendo organizarla, no lo haga. Es una oportunidad histórica y no la vamos a dejar producirse”.
La presidenta de la CAM es consciente de que hay pocos escaparates mejores que la F1 para mostrar una ciudad al mundo. Incide en que será la inversión privada la que soporte un GP que en su presentación exhibió dos de esas llaves que hoy día abren cualquier puerta: el transporte notorio (tres paradas del aeropuerto al circuito) y la neutralidad en emisiones de carbono. Es un GP creado de la falta, un esquema nuevo, y es por ello por lo que puede aspirar a esa excelencia verde que tanto cuesta a trazados ya veteranos como Montecarlo, Interlagos o Spa-Francorchamps.
Cuando Gilles Villeneuve ganó en el Jarama en 1981, Díaz Ayuso aún no había cumplido tres abriles. Desde entonces, Prost y Senna libraron un pulso de época, Schumacher batió todos los récords, Alonso volvió perturbado a un país y Hamilton demostró que era mucho más que el chico mimado de Ron Dennis. Ahora, Isabel, aficionada al fútbol y poco dada a zapear con destino a la F1, negociación de instruirse sobre ese campeonato que tanto ruido pertrechos antaño incluso de que los monoplazas rueden por Valdebebas. “Me gusta venir a las entrevistas con información”, dijo al demorar a AS con una carpeta bajo el miembro. En falta la vemos hablando de subvirajes, DRS y neumáticos de mojado.
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